Comprender el impacto de la identidad digital en la reputación profesional y empresarial, y aprender a definir, crear y gestionar una presencia en línea coherente y actualizada, es esencial para establecer confianza y credibilidad en un entorno influenciado por las redes sociales.
En el mundo de la información y los medios de comunicación, la campaña de CNN “Facts First” suena como un mantra lógico y convincente: “una vez que se establecen los hechos, se pueden formar opiniones”. Sin embargo, esta afirmación atractiva no está respaldada por la investigación.
Estudios en psicología cognitiva y neurociencia han revelado que las opiniones se forman más a menudo, basándonos en emociones como el miedo, el desprecio y la ira, en lugar de hechos. Además, las redes sociales han amplificado estas emociones, impactando profundamente en nuestras creencias y comportamientos.
En este artículo reflexionamos las posibles razones detrás de esta resistencia al cambio de opiniones y cómo las redes sociales exacerban este fenómeno, así como estrategias para ser menos resistentes al cambio.
La investigación mencionada en el párrafo anterior ha demostrado que las opiniones suelen estar profundamente arraigadas en emociones, no en hechos. Nuevos datos, por convincentes que sean, a menudo no logran cambiar las opiniones existentes.
Como explica Keith M. Bellizzi, profesor de desarrollo humano de la Universidad de Connecticut, en un artículo en The Conversation, nuestro rechazo por los datos que contradicen nuestras creencias puede ser tal que acaben teniendo el efecto contrario. Es lo que se denomina el efecto “tiro por la culata” (backfire effect).
Desde la infancia, nuestras creencias y opiniones se forman a través de la socialización en un contexto cultural específico. Estas creencias se refuerzan con el tiempo por los grupos sociales con los que interactuamos, los medios de comunicación que consumimos e incluso por el funcionamiento de nuestro cerebro.
Esta visión del mundo influye en cómo nos vemos a nosotros mismos y cómo interactuamos con el mundo. Para muchos, un desafío a su visión del mundo se percibe como un ataque personal, lo que puede llevar a una defensa aún más fuerte de sus creencias.
En un mundo ideal, las personas racionales reevaluarían sus creencias cuando se les presenta nueva evidencia que las contradice. Sin embargo, en la realidad, un sesgo cognitivo conocido como perseverancia de la creencia hace que las personas tiendan a rechazar la evidencia incompatible en lugar de reevaluar sus creencias previas. Este fenómeno es común y todos pueden ser víctimas de esta forma de pensar arraigada.
Las redes sociales juegan un papel significativo en este proceso. Max Fisher, en su libro Las redes del caos, describe un experimento revelador sobre este fenómeno.
El objetivo de la investigación era evaluar la propensión inicial de los participantes a la indignación antes de pedirles que publicaran en Twitter.
A la mitad de los sujetos se les solicitó expresar indignación en sus tweets, y se les mostró que estos habían obtenido numerosos «me gusta» y compartidos. Estudios previos han demostrado que las redes sociales amplifican artificialmente las publicaciones que contienen indignación, ya que generan un compromiso particularmente alto.
Cuando se presentan hechos que desafían nuestra visión del mundo, puede desencadenarse un «efecto de retroceso«, donde las personas terminan fortaleciendo sus creencias originales. Este fenómeno es especialmente fuerte en cuestiones políticamente cargadas, como las políticas de cambio climático o las actitudes hacia las vacunas de la Covid-19.
Además, el sesgo de confirmación, que es la tendencia a buscar e interpretar información de manera que confirme nuestras creencias existentes, refuerza aún más nuestras opiniones.
Nuestro cerebro está biológicamente predispuesto a protegernos, lo que puede llevar a reforzar nuestras opiniones y creencias, incluso cuando están equivocadas.
Ganar una discusión desencadena una liberación de hormonas como la dopamina y la adrenalina, que nos hacen sentir bien y reforzados en nuestras opiniones. Además, en situaciones de estrés, la liberación de cortisol puede secuestrar nuestras funciones cognitivas superiores, lo que nos lleva a reaccionar de manera defensiva y emocional.
El experimento mencionado anteriormente demostró que incluso aquellos participantes inicialmente reacios a la indignación comenzaron a interiorizarla y a publicar tweets cada vez más indignados.
Lo más sorprendente es que esta propensión a la indignación se mantuvo incluso cuando los sujetos estaban desconectados de las redes sociales, lo que demuestra el profundo impacto que tiene este condicionamiento en nuestra naturaleza subyacente.
Es crucial ser consciente de cómo nuestros sesgos cognitivos y biológicos pueden afectar nuestras opiniones y comportamientos en el entorno laboral. Según un estudio publicado en el Harvard Business Review, la resistencia al cambio de opiniones y la tendencia a buscar información que confirme nuestras creencias pueden obstaculizar significativamente la colaboración y la innovación en el trabajo.
Para mitigar estos efectos, es importante fomentar una cultura de apertura y respeto, donde se valoren diferentes perspectivas y se promueva el pensamiento crítico. Al reconocer nuestras propias tendencias, podemos trabajar para evaluar la información de manera objetiva y tomar decisiones informadas.
A pesar de estos sesgos cognitivos y biológicos, es posible entrenarse para ser más receptivo a nuevas evidencias. Algunas estrategias incluyen:
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En conclusión, comprender cómo las emociones influyen en la formación de nuestras opiniones es crucial en un mundo donde la información y las redes sociales juegan un papel tan significativo. Desde la resistencia al cambio hasta el impacto en el entorno laboral, nuestras creencias están profundamente arraigadas en emociones, lo que puede obstaculizar la colaboración y la innovación.
Sin embargo, al reconocer estos sesgos y practicar estrategias para mantener una mente abierta y fortalecer nuestra identidad digital, podemos mejorar nuestra capacidad para evaluar la información de manera objetiva y tomar decisiones informadas. Así, podemos cultivar un entorno más inclusivo y progresista, tanto en nuestra vida personal como profesional.