Cuando era pequeña jugaba a ser profesora. No sé cómo se portarían las muñecas y los peluches de las otras niñas, pero los míos estaban tan atentos que ni parpadeaban y me miraban con una gran sonrisa que me animaba a seguir hablando toda ‘la clase’. Aún así, en ningún momento cruzó por mi mente la idea de dedicarme a ‘enseñar’.
Pero un día, ya más crecidita, te dicen que tienes algo que contar, que sabes mucho de algo, que tu experiencia puede servir a otros y te piden que des una charla, clase o ponencia. Así que humildemente te pones delante de un grupo personas sedientas de conocimiento y les explicas lo que haces en tu día a día, lo que has aprendido en tus años de trabajo con la esperanza de que les sirva… y entonces te conviertes en conferenciante, profesor o docente, como quieras llamar a esa persona que intenta transmitirte su pasión por su trabajo.
Cada profesor, alumno y clase es diferente… varían los motivos para ir y los conocimientos previos pero lo que no cambia es el deseo compartido de saber más sobre un tema concreto: alumnos y profesores aprenden unos de otros, y quizá sea ése mi motivo para haber dicho que sí cuando me preguntaron si quería enfrentarme a un puñado de alumnos.
Sí, digo enfrentarme con todas las letras porque nadie te avisa de qué implica ser profe: pasar horas recopilando y organizando ideas para preparar el material de la clase que competirá en atención con móviles y pantallas de ordenador conectados a redes sociales; educar a tu competencia, actual o futura; contestar preguntas sobre tu vida personal, profesional y en general con cualquier cosa no siempre relacionada con el tema de la clase pero que en el descanso parece venir a cuento; y, al acabar, recibir ‘las notas’ que te ponen algunos alumnos convertidos en trolls.
¿Suena mal? A veces lo es, para qué engañarnos. No siempre es fácil. Pero otras es muy diferente: te encuentras con alumnos que sí escuchan y aprenden; que reconocen y apuntan rápidamente esa pista que les das y no está escrita en la presentación expresamente para premiar ciertas actitudes; que preguntan poniendo su caso real porque lo tienen y lo cuidan como suyo que es; que te piden permiso para enviarte consultas porque te respetan como profesional; que se van dándote las gracias y diciéndote que les has ayudado mucho; que te escriben meses después con mucha alegría por darte a conocer su proyecto hecho realidad…
Y es que, igual que hay profesores que piensan en otro tipo de beneficio y no solo en compartir, también hay alumnos que hacen ciertos cursos por tener un título y otros que lo hacen con una necesidad real de aprendizaje. Por ellos merece ser profesor y por quienes compensa preparar o dar las clases cuando otros ya han empezado el fin de semana.
Quizá para ser profesor se necesite vocación, empatía, habilidad para transmitir, experiencia sobre una profesión, conocimiento sobre un tema… pero una clase no la hace solo un profesor, es algo compartido con los asistentes. De ambos depende que al llegar a casa unos quieran ponerlo en práctica y que el profe quiera seguir enfrentándose a los alumnos en próximas clases porque, aunque sean otros, todos los alumnos dejan una huella en sus ganas por compartir experiencias.
Así que, cuando vayas a cualquier clase, llévate algo más que un título o una presentación en PDF: déjate contagiar por ese profe que está dispuesto a inspirarte. ¿No sabes cómo hacerlo? Es muy fácil: no parpadees, dedícale una sonrisa bien grande y verás cómo rejuvenece su ilusión por ser profesor.
Si quieres saber más sobre Eva Sanagustín, puedes visitar:
Su perfil de profesora en Foxize School
Su web personal: www.evasanagustin.com
Su Twitter: @evasanagustin
Sus próximos cursos:
¿Dudas o preguntas? Nos tienes a tu disposición en el teléfono gratuito 900 701 159 o en alumno@foxize.com
Fotografía flickr por Matteo Paciotti | Photography
4 Comments
Hola Eva,
Gracias por compartir tu visión, me has hecho sonreír. Y totalmente de acuerdo: una clase la hacemos entre todos, alumnos y profesores.
De momento, no me cuadra ningún día para apuntarme a tus cursos, pero estaré atenta a las próximas convocatorias, ya que tengo muchas ganas de verte en acción.
Un abrazo,
Eva
Gracias por compartir tu experiencia, Eva! Creo que tod@s sometimos a nuestros peluches a ese martirio que con el tiempo se ha convertido en el placer de muchos 😉
Gracias Eva 🙂 Yo también quiero apuntarme a tus sesiones (como puedes imaginar me interesa mucho el storytelling) pero tampoco me cuadra la agenda. Seguiremos intentándolo!
Abrazos,
Gracias Estefanía 😉